EL 20 DE JULIO DE 1810.
El 20
de julio de 1810 fue el inicio de los sucesos que cambiaron la
historia de Colombia.
La
historia nos dice que todo comenzó con un florero. Era viernes - 20 de
julio y día de mercado - cuando un criollo fue a pedir prestado un
florero. Un acto, en apariencia efímero, desató en un enfrentamiento entre
criollos y españoles y culminó en la independencia de Colombia.
Sin
embargo, hoy en día es claro que lo que sucedió este día no fue un hecho
espontáneo como aquellos que habían caracterizado la vida política colonial.
Fue la consecuencia de varias circunstancias que sucedieron encascada y
desembocaron en una gran rebelión del pueblo.
Los
criollos tenían razones de fondo, que el 20 de julio se
convirtieron en la gota que rebosó la copa. En las juntas realizadas entre 1808
y 1810, a pesar de que los criollos fueron invitados, la representación era
mínima: entre 36 peninsulares, había 9 americanos. Esto hizo que los criollos
por primera vez pensaran en la posibilidad de acatar un Estado- Nación.
Otro
suceso fue el arresto, el 10 de agosto de 1809, del presidente de la audiencia
de Quito, el Conde Ruiz de Castilla y sus ministros fueron sustituidos por la
junta suprema de gobierno integrada por la elite criolla quiteña. Otra de las
causas fueron los motines de Cartagena, del 22 de mayo de 1810 y
los del Socorro en el 9 de julio del mismo año.
En
consecuencia se creó la junta de notables integrada por
autoridades civiles e intelectuales criollos. Los principales personeros de la
oligarquía criolla que conformaban la junta eran: José Miguel Pey, Camilo
Torres, Acevedo Gómez, Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Morales,
entre otros.
Comenzaron
a realizar reuniones sucesivas en las casas de los integrantes y luego en el
observatorio astronómico, cuyo director era Francisco José de Caldas. En estas
reuniones empezaron a pensar en la táctica política que consistía en provocar
una limitada y transitoria perturbación del orden público y así aprovechar para
tomar el poder español.
La
junta de notables propuso promover un incidente con los españoles, a fin de
crear una situación conflictiva que diera salida al descontento potencial que
existía en Santa fe contra la audiencia española. Lo importante era conseguir
que el Virrey, presionado por la perturbación del orden, constituyera ese mismo
día la Junta Suprema de Gobierno, presidida por el señor Amar e integrada por
los Regidores del Cabildo de Santa fe.
Don
Antonio Morales manifestó que el incidente podía provocarse con el comerciante
peninsular don José González Llorente y se ofreció "gustoso"
a intervenir en el altercado. Los notables criollos aceptaron la propuesta y
decidieron ejecutar el proyecto el viernes, 20 de julio, fecha en que la Plaza
Mayor estaría colmada de gente de todas las clases sociales, por ser el día
habitual de mercado.
Para
evitar la sospecha de provocación se convino que Don Luis Rubio fuera
el día indicado a la tienda de Llorente a pedirle prestado un florero o
cualquier clase de adorno que les sirviera para decorar la mesa del anunciado
banquete a Villavicencio. En el caso de una negativa, los hermanos Morales
procederían a agredir al español.
A
fin de garantizar el éxito del plan, si Llorente entregaba el florero o se
negaba de manera cortés, se acordó que don Francisco José de Caldas pasara
a la misma hora por frente del almacén de Llorente y le saludara, lo cual daría oportunidad a
Morales para reprenderlo por dirigir la palabra a un "chapetón"
enemigo de los americanos y dar así comienzo al incidente.
Llegó el día indicado - 20 de julio
1810
Eran
las 11 de la mañana y la plaza mayor estaba colmada por una heterogénea
concurrencia, compuesta de tratantes y vivanderos, indios de los resguardos de
la sabana y gente de todas las clases sociales de la capital.
Poco
antes de las doce del día, como estaba previsto, se presentó don Luis de Rubio
en el almacén de Llorente y después de hablarle del anunciado banquete a
Villavicencio, le pidió prestado el florero para adornar la mesa. Llorente se
negó a facilitar el florero, pero su negativa no fue dada en términos
despectivos o groseros. Se limitó a explicar diciendo que había prestado la
pieza varias veces y ésta se estaba maltratando y por lo tanto, perdiendo su
valor.
Entonces
intervino Caldas, quien pasó por frente del almacén y saludó a Llorente, lo que
permitió a don Antonio Morales, como estaba acordado, tomar la iniciativa y
formular duras críticas hacia Llorente. Morales y sus compañeros comenzaron
entonces a gritar que el comerciante español había dicho a Rubio malas palabras
contra Villavicencio y los americanos, afirmación que Llorente negó
categóricamente.
Mientras
tanto los principales conjurados se dispersaron por la plaza gritando: ¡Están
insultando a los americanos! ¡Queremos Junta! ¡Viva el Cabildo!
¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los bonapartistas!. La ira se
tomó el sentir del pueblo.
Indios,
blancos, patricios, plebeyos, ricos y pobres empezaron a romper a pedradas las
vidrieras y a forzar las puertas. El virrey don Antonio Amar y Borbón desde su
palacio, observaba con alarma la situación que se escapaba de sus manos; la
guardia que era por cierto muy escasa, estaba al mando de Baraya, quien
rápidamente puso las tropas al servicio de la revolución, a tal punto que los
cañones se enfilaron hacia el palacio del virrey.
El
virrey muy asustado, aceptó reunir un cabildo extraordinario presidido por él,
los oidores y los miembros del Cabildo de Santa Fe; al final de la
tarde se impuso dicha reunión, se procedió a la elección de los vocales, de los
voceros, que se fue haciendo por admiración; desde el balcón de la casa se iban
proponiendo nombres de todos los próceres, y el pueblo los iba
aclamando: Camilo Torres, Luis Caicedo y Flórez, Joaquín Gutiérrez, José Miguel
Pey, Frutus Joaquín Gutiérrez, Sinforoso Mutis, Miguel Pombo, Luis Fernando
Azuola Pedro Groot, Andrés Rosillo, Antonio y Francisco Morales, Antonio
Baraya. Hacía las seis de la tarde, José Acevedo y Gómez lanza una arenga que
le mereció el título de Tribuno del pueblo, invitando a la gente a que se
mantuviera en pie, defendiendo lo que se estaba buscando.
La
arenga, termina con unas palabras conocidas:
“Si
perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión
única y feliz, antes de 12 horas, seréis tratados como los insurgentes, ved los
calabozos, los grillos y las cadenas que os esperan.”
Reunido
el Cabildo, se procedió a elegir una Junta Suprema de Gobierno; la cual se
encargaría del gobierno y se desconocía la autoridad del virrey.
Al
día siguiente, el virrey fue puesto preso junto con la virreina, el pueblo se
llevó al virrey a la gendarmería y a la virreina la llevaron en medio de
insultos a la cárcel del divorcio, que era la cárcel de mujeres; eso no fue
bien visto por los miembros de la Junta Suprema de Gobierno, consideraron que
era una medida drástica, y por orden de Camilo Torres y de otros miembros de la
Junta, fueron liberados y vueltos a palacio, pero ya estaban destituidos. El 15
de agosto son deportados primero a Cartagena y más tarde a España. Acabando así
con el virreinato.
Una
vez instalada la Junta Suprema, durante las horas finales de la tarde, la noche
del 20 de julio y el amanecer del 21 de julio, se redactó el acta que se conoce
con el nombre de Acta de Independencia .
En
dicha acta, se hace mención entre otras cosas:
Se
depositaba en la Junta Suprema el gobierno del reino, interinamente; mientras
la misma Junta formaría la Constitución, que lograría afianzar la felicidad
pública, contando con las nobles provincias a las que se les pedirán sus
diputados, este cuerpo formará el reglamento para elegirlas; y tanto este
reglamento, como la Constitución de Gobierno, deberá formarse sobre las bases
de la libertad, e independencia, ligadas únicamente por un sistema federativo,
cuya representación deberá residir en esta capital para que vele por la
seguridad de la Nueva Granada.
Se
le empieza a quitar la autoridad al virrey, y se le da a la Junta Suprema, que
esta compuesta por criollos, mientras se establece una constitución. Se habla
por primera vez de una constitución.
Se
alcanza la felicidad pública.
Se involucra a todo el pueblo, con diputados representándolos.
Se considera por primera vez las elecciones.
Se dan las bases de la libertad y de federalismo.
En
el acta se dice: “Que protesta no abdicar los derechos imprescriptibles de la
soberanía del pueblo en otra persona que la de su augusto y desgraciado monarca
don Fernando VII.” Pedían que el rey viniera a gobernar entre ellos, algo que
de antemano se sabía no podía ser, puesto que estaba preso, y porque ni
siquiera reinaba en España. Quedaba entonces, el gobierno sujeto a la Suprema
Junta de Regencia existente en la península y sobre la Constitución que de al
pueblo .
El
nexo con la Junta de Regencia fue discutido, ahí se podía decir que no había un
ánimo de independencia; se dieron cuenta que de un momento a otro, no podían
romper los vínculos del pueblo con el monarca, considerado una víctima ante los
ojos de la gente, por lo que había hecho el déspota Napoleón. El pobre Fernando
VII vivía como un holgazán en su castillo, su padre y su madre en otro; Carlos
IV padre designaba a su hijo Fernando VII, quien a su vez designaba a Napoleón,
éste a un virrey, y por ello no se daba el gobierno; esta situación no era
entendida por el pueblo.
El
reconocimiento de la Junta de Regencia origina en el seno mismo de la Junta
Suprema una división, denominada regentista y anteregentista; una corriente
liberal que era partidaria de desconocer la Regencia, y el otro sector
conservador de la Junta, que era partidario de mantener el título de la
Regencia.
El
acta del 20 de julio es realmente un Acta de Independencia, se reconoce a
Fernando VII pero de manera teórica, porque en la práctica se da un gobierno,
la voluntad de convocar un congreso, de hacer una constitución, de sentar una
patria, y de una vez adoptar una forma federal.
Los
acontecimientos continuaron en una forma precipitada, se sigue la propia
dinámica de una revolución; don José María Carbonell y otros próceres muy
exaltados, se mantenían durante esos días recorriendo las calles agitando las
masas, para mantener viva esa llama. El 29 de julio la Junta Suprema convoca
“El Congreso General del Reino”, que tendría la misión de darle al territorio
emancipado su primera Constitución.
El
Congreso General del Reino se reunió el 22 de diciembre, prestó el juramento de
“sostener los derechos del rey Fernando VII contra el usurpador de su corona
Napoleón Bonaparte y su hermano José; defender la independencia y soberanía de
este reino contra toda opresión exterior” . No se daba una ruptura total con el
soberano español.
EL MAL LLAMADO GRITO DE INDEPENDENCIA DE CALI
Enrique Herrera Enríquez.
La historia de un determinado acontecimiento tiene que hacerse
basándose en documentos y testimonios de auténtica credibilidad, no hacerlo es
cuento, novela o ficción que en nada interpreta o contribuye a explicar o
esclarecer los móviles de la historia en referencia.
Don Joaquín de Caicedo y Cuero, personaje caleño que pretendió
tomarse a sangre y fuego con sus tropas a Pasto en busca de un cargamento de
oro que se encontraba escondido entre las paredes del templo de Santo Domingo,
hoy Cristo Rey, es uno de los tantos falsos próceres o patriotas que la
historia oficial y centralista de Colombia registra dentro del proceso
independentista cuando el referido personaje se destaca por el ataque a Pasto y
su gente donde encontró la natural resistencia de un pueblo que defiende con
ahínco la vida y bienes de su gente ante el atropello de que fue objeto por
parte de las tropas del norte y sur de la región.
Llamar patriota a Don Joaquín de Caicedo y Cuero que nunca
manifestó pensamiento de libertad o independencia alguna frente a España y a
Fernando VII es un absurdo, una falsedad, si se tiene en cuenta toda la
documentación que al respecto existe hoy dentro del mundo de la cibernética
puesta a disposición por grandes bibliotecas como la Luis Ángel Arango, Banco
de la República, diversidad de universidades y otras.
El historiador Emiliano Díaz del Castillo, nos ofrece una gran
documentación respecto al comportamiento profundamente monarquista de don
Joaquín de Caicedo y Cuero en su libro titulado “Testimonio del Acta de Independencia
de Cali” que a continuación se trae a referencia.
En carta que suscribe desde Cali Caicedo y Cuero el 14 de junio
de 1810 al payanes Santiago Arroyo de Valencia, haciéndole participe de su
pensamiento respecto a la pretendida creación de la Junta Suprema de Santafé de
Bogotá, le dice: “Nuestro pensamiento es bien sencillo. Si acomoda, bien; y de
no, tomaremos el partido que nos parezca más conveniente. Reúnase los Diputados
en Popayán, formen la Junta Provincial, elijan el que ha de ir a la Suprema de
Santafé; y allí por el Congreso general formado con los representantes de todas
las provincias del Reino; de común acuerdo determinar el sistema de gobierno
permanente e igual para todas las provincias, bien sea dependientes, bien
independientes y federativas, que parece será lo que prevalezca no solo por lo
sabía de la constitución Anglo-Americana, sino que todas las Provincias desean
imitarla…”
Denota la carta anterior cómo el pensamiento de organizarse
frente a la situación planteada en España por el apresamiento de Fernando VII
por parte de Napoleón, sería imitando a la Constitución a Anglo-Americana, pero
con la defensa del monarca español como se puede apreciar mas concretamente en
la misiva que suscribe nuevamente Joaquín de Caicedo y Cuero a Santiago Arroyo
de Valencia el 29 de junio de 1810, previniendo el peligro del dominio francés
propone “elegir la forma de nuestro gobierno, atemperándolo a nuestros usos,
costumbres y carácter, JURANDO SIEMPRE A FERNANDO VII Y SU FAMILIA; y que
luego, sin perdida de un momento, se organice en el Reino una Junta Suprema de
Seguridad Publica, cuyo principal instituto sea la salud y defensa de la Patria
Y LA CONSERVACION DE ESTOS PRECIOSOS DOMINIOS PARA FERNANDO Y SU FAMILIA, SEGÚN
EL ORDEN PRESCRITO EN LAS LEYES. Amigo, bien puede ser que yo me engañe,-dice
Caicedo y Cuero a Arroyo de Valencia- pero estoy persuadido QUE EL QUE PIENSE
DE OTRO MODO, ES UN TRAIDOR. NO CONOCE NI RESPETA LA RELIGION; NO SABE ESTIMAR
LA LIBERTAD NI LA SEGURIDAD DE LA PATRA…ES CUANTO PODEMOS HACER POR EL REY Y LA
PATRIA…”
En los textos registrados no existe duda cuál es el pensamiento
de Joaquín de Caicedo y Cuero respecto a la defensa total y absoluta a Fernando
VII y su familia, el no hacerlo, es ser traidor, irrespetuoso de la religión,
lo ha dicho de manera categórica.
El 3 de julio de 1810, que las autoridades caleñas siguen
haciendo creer que es el día de la independencia de Cali, así arengaba Caicedo
y Cuero en el Cabildo: “Religión, Rey y Patria son los sagrados objetos que nos
han reunido en este día…hollar los sagrados derechos de la soberanía o ser
fieles al virtuoso, al desgraciado ungido del Señor Don Fernando VII, objeto de
nuestro más tierno amor y respeto…”, razón por la cual el historiador
vallecaucano Germán Patiño Ossa, manifiesta: “se llevó a cabo una junta o
reunión extraordinaria del Cabildo de Cali y fue aprobada una declaración que,
en sentido estricto, nada tiene de Acta de Independencia, como siempre se ha
considerado. Por el contrario, ese texto proclama la adhesión a la monarquía
española, al Rey Fernando VII y se considera a España como patria de los
firmantes. Su presidente fue Joaquín de Caicedo y Cuero, QUIEN NACIÓ, VIVIÓ,
LUCHÓ Y MURIÓ COMO REALISTA, hasta donde la documentación permite conocerlo. No
fue mártir de la independencia, ni mucho menos protomártir…”
El también historiador vallecaucano, Christian Caicedo de La
Cerna, analiza así la situación planteada: El 28 de junio de 1810, en la Casa
Consistorial, convocado el Cabildo Extraordinario a petición de Antonio
Camacho, Síndico Personero de Cali, este dice que la Península está “casi
enteramente sujeta al yugo francés”; y se deben tomar “las providencias
convenientes para mantener la seguridad de estos dominios para nuestro Rey
cautivo, que es el ídolo de todos sus vasallos americanos…” si no, “el
vasallaje, la fidelidad que todos debemos y hemos jurado a nuestro legitimo
Soberano el Señor Don Fernando Séptimo vendrá a ser del Tirano
Usurpador(Napoleón Bonaparte); la patria… vendrá a ser presa de ese hombre
particular por sus perfidias y crímenes… si respetamos la sagrada religión, si
amamos a Fernando Séptimo, si le queremos conservar libres e independientes
estas inmensas posesiones, del dominio del Usurpador, es necesario, yo lo
repito, que despertemos, que abramos los ojos, que no nos dejemos sorprender en
la presente inacción”. Este discurso es realista, no de sublevación contra
España. El 30 de junio de 1810, se celebró Cabildo en Cali; en él, Joaquín de
Caicedo y Cuero, manifestó que hemos de conservar estos dominios para
“Fernando, nuestro joven y cautivo Monarca, víctima de los hombres
extraordinarios por sus maldades; el infame Godoy que lo entrega y el traidor
Bonaparte que lo aprisiona… conservemos a Fernando unas ricas y hermosas
posesiones, antes que el tirano por si o sus comisarios llegue a gustar sus
dulzuras… Obedezcamos pues el Tribunal de Regencia… pero sea bajo las
siguientes precisas condiciones que delante de Dios protesto me inspiran: la
Religión Santa de Jesucristo, mi fidelidad a Fernando Séptimo, mi amor a la
Patria…” A raíz de estas sesiones, se celebró la Junta Extraordinaria del
Cabildo de Cali el 3 de julio de 1810 –que a alguien le dio por llamar de
Independencia de Santiago de Cali, lo cual es una barbaridad-; en esta Junta
del 3 de julio, dijeron que España estaba perdida y se tenía “el próximo riesgo
de ser esclavizada por el tirano Napoleón y reducida a su obediencia… en
consecuencia, reflexionando los señores del presente congreso los males e
irreparables daños que pueden venir a estos dominios… acordaron:” Se le preste
al Consejo de Regencia “la debida obediencia como al Tribunal en que se ha
depositado la soberanía… se le preste por esta ciudad el juramento de
obediencia y homenaje como a nuestro Rey y Señor Natural…”.
En comunicado del 13 de julio de 1810 al Comisionado Regio don
Antonio Villavicencio, le dice el Cabildo de Cali: “La instalación de una Junta
Superior en esa Capital, y de subalternas en las provincias, ha sido un
pensamiento conforme a las ideas de los españoles en la Península y que aquí se
ha mirado como arriesgado, haciendo no poca injuria a la fidelidad acendrada de
los americanos y a su representación nacional.
Este Cabildo protesta con toda la buena fe que le inspiran sus
obligaciones, que no se ha propuesto en sus acuerdos otro objeto que el de
conservar la pureza de nuestra Sagrada Religión, la fidelidad debida a nuestro
desgraciado Fernando 7º (que tiene hechizados los corazones de sus vasallos
americanos), y la seguridad y tranquilidad de la Patria que a poca vigilancia
podemos libertar de las garras del Monstruo que quiere hacerse señor de toda la
tierra”.
El anterior comunicado del Cabildo de Cali, hicieron decir a la
junta de Santafé: “La Junta Suprema de Gobierno de este Reino que ha recibido el
Acta de Usía de 3 de julio…ha tenido la complacencia de ver en ella tan
perfecta unidad de sentimientos con los de la capital. Cali tendrá el honor de
decir en la posteridad, que se anticipó a manifestarlos, y correr los riesgos a
que la exponía su declaración…” Que es absolutamente monarquista.
Consideramos que con lo expuesto queda evidentemente claro, cuál
fue el pensamiento monarquista que se defendía por parte del Cabildo caleño,
que tenían como su máximo dirigente a Joaquín de Caicedo y Cuero y en tal
razón, dando cumplimiento a la orden impartida desde España, se creó la junta
denominada de las “Ciudades Confederadas del Valle del Cauca”, con los tres
puntos a defender: Reconocimiento a Fernando VII, defensa de la religión
Católica, y guerra frontal contra Francia, al igual que lo harían las demás
juntas de Gobierno organizadas en la América española, entre ellas la de
Santafé de Bogotá.
Meses después, cuando don Joaquín de Caicedo y Cuero integra y
preside la junta de las ciudades confederadas del Valle del Cauca para
enfrentar militarmente al gobernador de Popayán Miguel Tacón que los había
desconocido cuando llamó a conformar la Junta Provisional de esa ciudad, en el
acta del 1 de febrero de 1811, reafirma su reconocimiento a la monarquía española
bajo la férula de Fernando VII, cuando consignó: que “la necesidad de su
independencia, la de librarse del yugo francés y conservarle estos dominios a
nuestro legitimo soberano el Señor Don Fernando Séptimo…”
El juramento que hicieron puestos de rodillas los compromete a
“la defensa de nuestra Santa Religión, sin permitir otra, fidelidad y vasallaje
al señor don Fernando Séptimo, nuestro amado soberano y conservar estos lugares
para el mismo, sacrificándose gloriosamente por la patria...” según dice el acta
en referencia.
Joaquín de Caicedo y Cuero sigue los lineamientos que
encontramos tanto en el acta del 10 de agosto de 1809 en Quito como la del 20
de julio de 1810 en Santafé de Bogotá, mal llamadas de independencia, donde se
consigna el reconocimiento monárquico a Fernando Séptimo, la defensa a la
religión católica y la guerra frontal a los franceses en cabeza de Napoleón
Bonaparte.
A la acta del 3 de julio de 1810 donde ciertos historiadores,
como ya se dijo pretenden ponderar como de la independencia de Santiago de
Cali, se suma el denominado “testimonio del acta” que el historiador Emiliano
Díaz del Castillo encontró dentro de la documentación que heredara de su
familia donde se ratifica el profundo amor, respecto y vasallaje del Cabildo
caleño presidido por Caicedo y Cuero para con Fernando Séptimo: “El adjunto
testimonio del Acta celebrada por este Cabildo (el de Cali) en consecuencia de
la Real Audiencia expedida por el reconocimiento y obediencia de este concejo
de Regencia, como cuerpo que inmediatamente representa la augusta persona de
Nuestro muy Amado y cautivo Soberano el Sr. Don. Fernando VII, acredita, que en
los más remotos lugares de la América no se respiran otros sentimientos, que de
respeto a Nuestra Santa Religión, fidelidad al Monarca desgraciado, y amor a la
Patria. Las prestantes circunstancias no pueden ser más delicadas. Jamás se ha
visto la Nación en crisis más memorable, ni sembrada de mayores peligros. El
usurpador de las coronas (Napoleón Bonaparte), el monstruo de Europa, el hombre
mas sanguinario que ha conocido la tierra, cuando no puede con la fuerza de sus
armas victoriosas, ocurre a la seducción, al engaño, a la perfidia para
conquistar espíritus débiles, y extender su imperio no solo en Europa, sino
fuera de ella…Este Cabildo no desespera de la libertad de la Península, porque
conoce los esfuerzos de los nobles, valientes y generosos españoles. Pero la ve
en riesgo; y esta terrible perspectiva le ha hecho despertar del letargo en que
ha yacido este reino en medio de las más violentas convulsiones. A este fin se
dirigen sus deliberaciones. Tenga pues, vuestra majestad, la bondad de
estimarlos como un brote de nuestra fidelidad, como un testimonio de Nuestro
Amor a Fernando VII, como una precaución necesaria para conservarle las
posesiones del Nuevo Mundo, si se pierden las del antiguo. Si llega este caso
desgraciado, organícese el Gobierno en estos Paises, donde no tiene influjo el
plan mortífero del usurpador. Vengan los respetables individuos del Consejo
Soberano, vengan los ilustres españoles, que hayan acreditado su fidelidad en
esta época sembrada de sangre, y de todo genero de calamidades, vengan que los
recibiremos con los brazos abiertos, y nos reuniremos todos, proponiéndonos por
único objeto la pureza de nuestra Santa Religión, y la felicidad de la Patria,
que hemos de conservar a sangre y fuego para el inmortal Fernando VII”,
documento suscrito por Joaquín de Caicedo y Cuero el 28 de julio de 1810.
El documento en referencia, es decir “Testimonio del Acta de
Cali”, no fue acogido por la Academia de Historia del Valle del Cauca, por
cuanto, “Consideramos que es un valioso documento pero de ninguna manera aflora
en él, el espíritu de emancipación que ánimo al Cabildo de esta ciudad”, según
expresa el comunicado de 19 de junio de 1989, suscrito por el presidente de la
Academia Vallecaucana de Historia, Miguel Camacho Perea, al académico Emiliano
Díaz del Castillo Zarama.
Todo un absurdo planteamiento de acuerdo a la documentación que
hemos presentado respecto al monarquismo indiscutible del Cabildo de Cali,
particularmente el de don Joaquín de Caicedo y Cuero. El Acta del 3 de julio de
1810, estuvo en verdad pérdida, o tal vez escondida para que la gente no pueda
enterarse del verdadero texto que ella encierra. El historiador José Tomás
Uribe la recuperó y dio a conocer el 17 de junio de 2009, y en tal razón
podemos confirmar que todo cuanto dijo en su oportunidad Díaz del Castillo
estaba en lo cierto.
Algunos apartes del Acta del 3 de julio de 1810 dicen lo siguiente: Que la
instalación del Consejo de Regencia, en medio de esas circunstancias tan
tristes, fue obra más bien de esas desgracias en que fluctuaba la nación, sin
cabeza que la gobernase, que de las leyes fundamentales del Reino, que tuvo
presentes el mismo Consejo de Regencia, y que se han examinado con el más
maduro acuerdo y detenida deliberación en este día por los señores que
compusieron el presente congreso, no menos que las convincentes reflexiones y
fundamentos legales que, encendidos del amor de nuestra sagrada religión de
nuestro amado Fernando Séptimo y de la Patria, expusieron por escrito los
señores síndico personero de la Ciudad y teniente de gobernador que preside
este acto, cuyas expresiones se agregarán al presente acuerdo para que con
fundamentos lo sean de la deliberación que se ha tomado de conformidad y
unánime consentimiento de todos los señores vocales, quienes inflamados del
celo más ardiente por la Religión, el Rey y la Patria, han creído deber adoptar
en todas sus partes el concepto expresado por dicho señor teniente en la arenga
que pronunció y que dio principio a esta solemne acta.
Y en consecuencia de todo, puestos de rodillas los señores que
asistieron al presente Congreso, delante la imagen de Nuestro Señor Jesucristo
crucificado, juraron por él, la Santa Cruz, y sobre los Sagrados Evangelios, de
prestar obediencia y homenaje de fidelidad al Consejo de Regencia, en
representación del Señor don Fernando Séptimo, en los términos y bajo las
circunstancias acordadas en la presente Acta, que firman Sus Señorías por ante
mi el presente escribano al que doy fe”.
La documentación ampliamente monarquista de Joaquín de Caicedo y
Cuero, se complementa con las cartas que tuvo a bien hacer llegar a Pasto a su
pariente don Tomas de Santacruz, cuando vino comandando las tropas de las
ciudades confederadas del Valle del Cauca, tras las 800 libras de oro que un
principio habían sido enviadas por Miguel Tacom desde Popayán, de las cuales
solo llegaron a Pasto un poco mas de la mitad, es decir 413, las que fueron
escondidas dentro de las tapias del templo de Santo Domingo, hoy Cristo Rey.
El 13 de septiembre de 1811, Caicedo y Cuero dice a Tomas de Santacruz: “Yo se
que Usted y todo su honroso vecindario han tomado las armas engañadas por la
mas vil de la calumnia, de que nosotros obramos contra la religión y el Rey…Se
que nos marca con la infame señal de insurgentes y revolucionarios, cuando
hacemos alarde de ser fieles vasallos de Fernando VII y de venerar la Santa
Religión que profesamos…”
En la retractación que hizo ante Fray Vicente Rivera del Orden
de los predicadores, ratificó su juramento de fidelidad al rey, sellando con su
sangre y el deseo de morir en el seno de Nuestra Santa Ley, y obedeciendo a la
Santa Madre Iglesia, para lo cual pidió perdón por sus pecados..”