lunes, 20 de julio de 2015

EL 20 DE JULIO DE 1810.
El 20 de julio de 1810 fue el inicio de los sucesos que cambiaron la historia de Colombia.
La historia nos dice que todo comenzó con un florero. Era viernes - 20 de julio y día de mercado - cuando un criollo fue a pedir prestado un florero. Un acto, en apariencia efímero, desató en un enfrentamiento entre criollos y españoles y culminó en la independencia de Colombia.
Sin embargo, hoy en día es claro que lo que sucedió este día no fue un hecho espontáneo como aquellos que habían caracterizado la vida política colonial. Fue la consecuencia de varias circunstancias que sucedieron encascada y desembocaron en una gran rebelión del pueblo.
Los criollos tenían razones de fondo, que el 20 de julio se convirtieron en la gota que rebosó la copa. En las juntas realizadas entre 1808 y 1810, a pesar de que los criollos fueron invitados, la representación era mínima: entre 36 peninsulares, había 9 americanos. Esto hizo que los criollos por primera vez pensaran en la posibilidad de acatar un Estado- Nación.
Otro suceso fue el arresto, el 10 de agosto de 1809, del presidente de la audiencia de Quito, el Conde Ruiz de Castilla y sus ministros fueron sustituidos por la junta suprema de gobierno integrada por la elite criolla quiteña. Otra de las causas fueron los motines de Cartagena, del 22 de mayo de 1810 y los del Socorro en el 9 de julio del mismo año.
En consecuencia se creó la junta de notables integrada por autoridades civiles e intelectuales criollos. Los principales personeros de la oligarquía criolla que conformaban la junta eran: José Miguel Pey, Camilo Torres, Acevedo Gómez, Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Morales, entre otros.
Comenzaron a realizar reuniones sucesivas en las casas de los integrantes y luego en el observatorio astronómico, cuyo director era Francisco José de Caldas. En estas reuniones empezaron a pensar en la táctica política que consistía en provocar una limitada y transitoria perturbación del orden público y así aprovechar para tomar el poder español.
La junta de notables propuso promover un incidente con los españoles, a fin de crear una situación conflictiva que diera salida al descontento potencial que existía en Santa fe contra la audiencia española. Lo importante era conseguir que el Virrey, presionado por la perturbación del orden, constituyera ese mismo día la Junta Suprema de Gobierno, presidida por el señor Amar e integrada por los Regidores del Cabildo de Santa fe.
Don Antonio Morales manifestó que el incidente podía provocarse con el comerciante peninsular don José González Llorente y se ofreció "gustoso" a intervenir en el altercado. Los notables criollos aceptaron la propuesta y decidieron ejecutar el proyecto el viernes, 20 de julio, fecha en que la Plaza Mayor estaría colmada de gente de todas las clases sociales, por ser el día habitual de mercado.
Para evitar la sospecha de provocación se convino que Don Luis Rubio fuera el día indicado a la tienda de Llorente a pedirle prestado un florero o cualquier clase de adorno que les sirviera para decorar la mesa del anunciado banquete a Villavicencio. En el caso de una negativa, los hermanos Morales procederían a agredir al español.
A fin de garantizar el éxito del plan, si Llorente entregaba el florero o se negaba de manera cortés, se acordó que don Francisco José de Caldas pasara a la misma hora por frente del almacén de Llorente y le saludara, lo cual daría oportunidad a Morales para reprenderlo por dirigir la palabra a un "chapetón" enemigo de los americanos y dar así comienzo al incidente.
Llegó el día indicado - 20 de julio 1810
Eran las 11 de la mañana y la plaza mayor estaba colmada por una heterogénea concurrencia, compuesta de tratantes y vivanderos, indios de los resguardos de la sabana y gente de todas las clases sociales de la capital.
Poco antes de las doce del día, como estaba previsto, se presentó don Luis de Rubio en el almacén de Llorente y después de hablarle del anunciado banquete a Villavicencio, le pidió prestado el florero para adornar la mesa. Llorente se negó a facilitar el florero, pero su negativa no fue dada en términos despectivos o groseros. Se limitó a explicar diciendo que había prestado la pieza varias veces y ésta se estaba maltratando y por lo tanto, perdiendo su valor.
Entonces intervino Caldas, quien pasó por frente del almacén y saludó a Llorente, lo que permitió a don Antonio Morales, como estaba acordado, tomar la iniciativa y formular duras críticas hacia Llorente. Morales y sus compañeros comenzaron entonces a gritar que el comerciante español había dicho a Rubio malas palabras contra Villavicencio y los americanos, afirmación que Llorente negó categóricamente.
Mientras tanto los principales conjurados se dispersaron por la plaza gritando: ¡Están insultando a los americanos! ¡Queremos Junta! ¡Viva el Cabildo! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los bonapartistas!. La ira se tomó el sentir del pueblo.
Indios, blancos, patricios, plebeyos, ricos y pobres empezaron a romper a pedradas las vidrieras y a forzar las puertas. El virrey don Antonio Amar y Borbón desde su palacio, observaba con alarma la situación que se escapaba de sus manos; la guardia que era por cierto muy escasa, estaba al mando de Baraya, quien rápidamente puso las tropas al servicio de la revolución, a tal punto que los cañones se enfilaron hacia el palacio del virrey.
El virrey muy asustado, aceptó reunir un cabildo extraordinario presidido por él, los oidores y los miembros del Cabildo de Santa Fe; al final de la tarde se impuso dicha reunión, se procedió a la elección de los vocales, de los voceros, que se fue haciendo por admiración; desde el balcón de la casa se iban proponiendo nombres de todos los próceres, y el pueblo los iba aclamando: Camilo Torres, Luis Caicedo y Flórez, Joaquín Gutiérrez, José Miguel Pey, Frutus Joaquín Gutiérrez, Sinforoso Mutis, Miguel Pombo, Luis Fernando Azuola Pedro Groot, Andrés Rosillo, Antonio y Francisco Morales, Antonio Baraya. Hacía las seis de la tarde, José Acevedo y Gómez lanza una arenga que le mereció el título de Tribuno del pueblo, invitando a la gente a que se mantuviera en pie, defendiendo lo que se estaba buscando.
La arenga, termina con unas palabras conocidas:
“Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de 12 horas, seréis tratados como los insurgentes, ved los calabozos, los grillos y las cadenas que os esperan.”
Reunido el Cabildo, se procedió a elegir una Junta Suprema de Gobierno; la cual se encargaría del gobierno y se desconocía la autoridad del virrey.
Al día siguiente, el virrey fue puesto preso junto con la virreina, el pueblo se llevó al virrey a la gendarmería y a la virreina la llevaron en medio de insultos a la cárcel del divorcio, que era la cárcel de mujeres; eso no fue bien visto por los miembros de la Junta Suprema de Gobierno, consideraron que era una medida drástica, y por orden de Camilo Torres y de otros miembros de la Junta, fueron liberados y vueltos a palacio, pero ya estaban destituidos. El 15 de agosto son deportados primero a Cartagena y más tarde a España. Acabando así con el virreinato.
Una vez instalada la Junta Suprema, durante las horas finales de la tarde, la noche del 20 de julio y el amanecer del 21 de julio, se redactó el acta que se conoce con el nombre de Acta de Independencia .
En dicha acta, se hace mención entre otras cosas:
Se depositaba en la Junta Suprema el gobierno del reino, interinamente; mientras la misma Junta formaría la Constitución, que lograría afianzar la felicidad pública, contando con las nobles provincias a las que se les pedirán sus diputados, este cuerpo formará el reglamento para elegirlas; y tanto este reglamento, como la Constitución de Gobierno, deberá formarse sobre las bases de la libertad, e independencia, ligadas únicamente por un sistema federativo, cuya representación deberá residir en esta capital para que vele por la seguridad de la Nueva Granada.
Se le empieza a quitar la autoridad al virrey, y se le da a la Junta Suprema, que esta compuesta por criollos, mientras se establece una constitución. Se habla por primera vez de una constitución.
Se alcanza la felicidad pública.
Se involucra a todo el pueblo, con diputados representándolos.
Se considera por primera vez las elecciones.
Se dan las bases de la libertad y de federalismo.
En el acta se dice: “Que protesta no abdicar los derechos imprescriptibles de la soberanía del pueblo en otra persona que la de su augusto y desgraciado monarca don Fernando VII.” Pedían que el rey viniera a gobernar entre ellos, algo que de antemano se sabía no podía ser, puesto que estaba preso, y porque ni siquiera reinaba en España. Quedaba entonces, el gobierno sujeto a la Suprema Junta de Regencia existente en la península y sobre la Constitución que de al pueblo .
El nexo con la Junta de Regencia fue discutido, ahí se podía decir que no había un ánimo de independencia; se dieron cuenta que de un momento a otro, no podían romper los vínculos del pueblo con el monarca, considerado una víctima ante los ojos de la gente, por lo que había hecho el déspota Napoleón. El pobre Fernando VII vivía como un holgazán en su castillo, su padre y su madre en otro; Carlos IV padre designaba a su hijo Fernando VII, quien a su vez designaba a Napoleón, éste a un virrey, y por ello no se daba el gobierno; esta situación no era entendida por el pueblo.
El reconocimiento de la Junta de Regencia origina en el seno mismo de la Junta Suprema una división, denominada regentista y anteregentista; una corriente liberal que era partidaria de desconocer la Regencia, y el otro sector conservador de la Junta, que era partidario de mantener el título de la Regencia.
El acta del 20 de julio es realmente un Acta de Independencia, se reconoce a Fernando VII pero de manera teórica, porque en la práctica se da un gobierno, la voluntad de convocar un congreso, de hacer una constitución, de sentar una patria, y de una vez adoptar una forma federal.
Los acontecimientos continuaron en una forma precipitada, se sigue la propia dinámica de una revolución; don José María Carbonell y otros próceres muy exaltados, se mantenían durante esos días recorriendo las calles agitando las masas, para mantener viva esa llama. El 29 de julio la Junta Suprema convoca “El Congreso General del Reino”, que tendría la misión de darle al territorio emancipado su primera Constitución.
El Congreso General del Reino se reunió el 22 de diciembre, prestó el juramento de “sostener los derechos del rey Fernando VII contra el usurpador de su corona Napoleón Bonaparte y su hermano José; defender la independencia y soberanía de este reino contra toda opresión exterior” . No se daba una ruptura total con el soberano español.


EL MAL LLAMADO GRITO DE INDEPENDENCIA DE  CALI 
Enrique Herrera Enríquez.
La historia de un determinado acontecimiento tiene que hacerse basándose en documentos y testimonios de auténtica credibilidad, no hacerlo es cuento, novela o ficción que en nada interpreta o contribuye a explicar o esclarecer los móviles de la historia en referencia.
Don Joaquín de Caicedo y Cuero, personaje caleño que pretendió tomarse a sangre y fuego con sus tropas a Pasto en busca de un cargamento de oro que se encontraba escondido entre las paredes del templo de Santo Domingo, hoy Cristo Rey, es uno de los tantos falsos próceres o patriotas que la historia oficial y centralista de Colombia registra dentro del proceso independentista cuando el referido personaje se destaca por el ataque a Pasto y su gente donde encontró la natural resistencia de un pueblo que defiende con ahínco la vida y bienes de su gente ante el atropello de que fue objeto por parte de las tropas del norte y sur de la región.
Llamar patriota a Don Joaquín de Caicedo y Cuero que nunca manifestó pensamiento de libertad o independencia alguna frente a España y a Fernando VII es un absurdo, una falsedad, si se tiene en cuenta toda la documentación que al respecto existe hoy dentro del mundo de la cibernética puesta a disposición por grandes bibliotecas como la Luis Ángel Arango, Banco de la República, diversidad de universidades y otras.
El historiador Emiliano Díaz del Castillo, nos ofrece una gran documentación respecto al comportamiento profundamente monarquista de don Joaquín de Caicedo y Cuero en su libro titulado “Testimonio del Acta de Independencia de Cali” que a continuación se trae a referencia.
En carta que suscribe desde Cali Caicedo y Cuero el 14 de junio de 1810 al payanes Santiago Arroyo de Valencia, haciéndole participe de su pensamiento respecto a la pretendida creación de la Junta Suprema de Santafé de Bogotá, le dice: “Nuestro pensamiento es bien sencillo. Si acomoda, bien; y de no, tomaremos el partido que nos parezca más conveniente. Reúnase los Diputados en Popayán, formen la Junta Provincial, elijan el que ha de ir a la Suprema de Santafé; y allí por el Congreso general formado con los representantes de todas las provincias del Reino; de común acuerdo determinar el sistema de gobierno permanente e igual para todas las provincias, bien sea dependientes, bien independientes y federativas, que parece será lo que prevalezca no solo por lo sabía de la constitución Anglo-Americana, sino que todas las Provincias desean imitarla…”
Denota la carta anterior cómo el pensamiento de organizarse frente a la situación planteada en España por el apresamiento de Fernando VII por parte de Napoleón, sería imitando a la Constitución a Anglo-Americana, pero con la defensa del monarca español como se puede apreciar mas concretamente en la misiva que suscribe nuevamente Joaquín de Caicedo y Cuero a Santiago Arroyo de Valencia el 29 de junio de 1810, previniendo el peligro del dominio francés propone “elegir la forma de nuestro gobierno, atemperándolo a nuestros usos, costumbres y carácter, JURANDO SIEMPRE A FERNANDO VII Y SU FAMILIA; y que luego, sin perdida de un momento, se organice en el Reino una Junta Suprema de Seguridad Publica, cuyo principal instituto sea la salud y defensa de la Patria Y LA CONSERVACION DE ESTOS PRECIOSOS DOMINIOS PARA FERNANDO Y SU FAMILIA, SEGÚN EL ORDEN PRESCRITO EN LAS LEYES. Amigo, bien puede ser que yo me engañe,-dice Caicedo y Cuero a Arroyo de Valencia- pero estoy persuadido QUE EL QUE PIENSE DE OTRO MODO, ES UN TRAIDOR. NO CONOCE NI RESPETA LA RELIGION; NO SABE ESTIMAR LA LIBERTAD NI LA SEGURIDAD DE LA PATRA…ES CUANTO PODEMOS HACER POR EL REY Y LA PATRIA…”
En los textos registrados no existe duda cuál es el pensamiento de Joaquín de Caicedo y Cuero respecto a la defensa total y absoluta a Fernando VII y su familia, el no hacerlo, es ser traidor, irrespetuoso de la religión, lo ha dicho de manera categórica.
El 3 de julio de 1810, que las autoridades caleñas siguen haciendo creer que es el día de la independencia de Cali, así arengaba Caicedo y Cuero en el Cabildo: “Religión, Rey y Patria son los sagrados objetos que nos han reunido en este día…hollar los sagrados derechos de la soberanía o ser fieles al virtuoso, al desgraciado ungido del Señor Don Fernando VII, objeto de nuestro más tierno amor y respeto…”, razón por la cual el historiador vallecaucano Germán Patiño Ossa, manifiesta: “se llevó a cabo una junta o reunión extraordinaria del Cabildo de Cali y fue aprobada una declaración que, en sentido estricto, nada tiene de Acta de Independencia, como siempre se ha considerado. Por el contrario, ese texto proclama la adhesión a la monarquía española, al Rey Fernando VII y se considera a España como patria de los firmantes. Su presidente fue Joaquín de Caicedo y Cuero, QUIEN NACIÓ, VIVIÓ, LUCHÓ Y MURIÓ COMO REALISTA, hasta donde la documentación permite conocerlo. No fue mártir de la independencia, ni mucho menos protomártir…”
El también historiador vallecaucano, Christian Caicedo de La Cerna, analiza así la situación planteada: El 28 de junio de 1810, en la Casa Consistorial, convocado el Cabildo Extraordinario a petición de Antonio Camacho, Síndico Personero de Cali, este dice que la Península está “casi enteramente sujeta al yugo francés”; y se deben tomar “las providencias convenientes para mantener la seguridad de estos dominios para nuestro Rey cautivo, que es el ídolo de todos sus vasallos americanos…” si no, “el vasallaje, la fidelidad que todos debemos y hemos jurado a nuestro legitimo Soberano el Señor Don Fernando Séptimo vendrá a ser del Tirano Usurpador(Napoleón Bonaparte); la patria… vendrá a ser presa de ese hombre particular por sus perfidias y crímenes… si respetamos la sagrada religión, si amamos a Fernando Séptimo, si le queremos conservar libres e independientes estas inmensas posesiones, del dominio del Usurpador, es necesario, yo lo repito, que despertemos, que abramos los ojos, que no nos dejemos sorprender en la presente inacción”. Este discurso es realista, no de sublevación contra España. El 30 de junio de 1810, se celebró Cabildo en Cali; en él, Joaquín de Caicedo y Cuero, manifestó que hemos de conservar estos dominios para “Fernando, nuestro joven y cautivo Monarca, víctima de los hombres extraordinarios por sus maldades; el infame Godoy que lo entrega y el traidor Bonaparte que lo aprisiona… conservemos a Fernando unas ricas y hermosas posesiones, antes que el tirano por si o sus comisarios llegue a gustar sus dulzuras… Obedezcamos pues el Tribunal de Regencia… pero sea bajo las siguientes precisas condiciones que delante de Dios protesto me inspiran: la Religión Santa de Jesucristo, mi fidelidad a Fernando Séptimo, mi amor a la Patria…” A raíz de estas sesiones, se celebró la Junta Extraordinaria del Cabildo de Cali el 3 de julio de 1810 –que a alguien le dio por llamar de Independencia de Santiago de Cali, lo cual es una barbaridad-; en esta Junta del 3 de julio, dijeron que España estaba perdida y se tenía “el próximo riesgo de ser esclavizada por el tirano Napoleón y reducida a su obediencia… en consecuencia, reflexionando los señores del presente congreso los males e irreparables daños que pueden venir a estos dominios… acordaron:” Se le preste al Consejo de Regencia “la debida obediencia como al Tribunal en que se ha depositado la soberanía… se le preste por esta ciudad el juramento de obediencia y homenaje como a nuestro Rey y Señor Natural…”.
En comunicado del 13 de julio de 1810 al Comisionado Regio don Antonio Villavicencio, le dice el Cabildo de Cali: “La instalación de una Junta Superior en esa Capital, y de subalternas en las provincias, ha sido un pensamiento conforme a las ideas de los españoles en la Península y que aquí se ha mirado como arriesgado, haciendo no poca injuria a la fidelidad acendrada de los americanos y a su representación nacional.
Este Cabildo protesta con toda la buena fe que le inspiran sus obligaciones, que no se ha propuesto en sus acuerdos otro objeto que el de conservar la pureza de nuestra Sagrada Religión, la fidelidad debida a nuestro desgraciado Fernando 7º (que tiene hechizados los corazones de sus vasallos americanos), y la seguridad y tranquilidad de la Patria que a poca vigilancia podemos libertar de las garras del Monstruo que quiere hacerse señor de toda la tierra”.
El anterior comunicado del Cabildo de Cali, hicieron decir a la junta de Santafé: “La Junta Suprema de Gobierno de este Reino que ha recibido el Acta de Usía de 3 de julio…ha tenido la complacencia de ver en ella tan perfecta unidad de sentimientos con los de la capital. Cali tendrá el honor de decir en la posteridad, que se anticipó a manifestarlos, y correr los riesgos a que la exponía su declaración…” Que es absolutamente monarquista.
Consideramos que con lo expuesto queda evidentemente claro, cuál fue el pensamiento monarquista que se defendía por parte del Cabildo caleño, que tenían como su máximo dirigente a Joaquín de Caicedo y Cuero y en tal razón, dando cumplimiento a la orden impartida desde España, se creó la junta denominada de las “Ciudades Confederadas del Valle del Cauca”, con los tres puntos a defender: Reconocimiento a Fernando VII, defensa de la religión Católica, y guerra frontal contra Francia, al igual que lo harían las demás juntas de Gobierno organizadas en la América española, entre ellas la de Santafé de Bogotá.
Meses después, cuando don Joaquín de Caicedo y Cuero integra y preside la junta de las ciudades confederadas del Valle del Cauca para enfrentar militarmente al gobernador de Popayán Miguel Tacón que los había desconocido cuando llamó a conformar la Junta Provisional de esa ciudad, en el acta del 1 de febrero de 1811, reafirma su reconocimiento a la monarquía española bajo la férula de Fernando VII, cuando consignó: que “la necesidad de su independencia, la de librarse del yugo francés y conservarle estos dominios a nuestro legitimo soberano el Señor Don Fernando Séptimo…”
El juramento que hicieron puestos de rodillas los compromete a “la defensa de nuestra Santa Religión, sin permitir otra, fidelidad y vasallaje al señor don Fernando Séptimo, nuestro amado soberano y conservar estos lugares para el mismo, sacrificándose gloriosamente por la patria...” según dice el acta en referencia.
Joaquín de Caicedo y Cuero sigue los lineamientos que encontramos tanto en el acta del 10 de agosto de 1809 en Quito como la del 20 de julio de 1810 en Santafé de Bogotá, mal llamadas de independencia, donde se consigna el reconocimiento monárquico a Fernando Séptimo, la defensa a la religión católica y la guerra frontal a los franceses en cabeza de Napoleón Bonaparte.
A la acta del 3 de julio de 1810 donde ciertos historiadores, como ya se dijo pretenden ponderar como de la independencia de Santiago de Cali, se suma el denominado “testimonio del acta” que el historiador Emiliano Díaz del Castillo encontró dentro de la documentación que heredara de su familia donde se ratifica el profundo amor, respecto y vasallaje del Cabildo caleño presidido por Caicedo y Cuero para con Fernando Séptimo: “El adjunto testimonio del Acta celebrada por este Cabildo (el de Cali) en consecuencia de la Real Audiencia expedida por el reconocimiento y obediencia de este concejo de Regencia, como cuerpo que inmediatamente representa la augusta persona de Nuestro muy Amado y cautivo Soberano el Sr. Don. Fernando VII, acredita, que en los más remotos lugares de la América no se respiran otros sentimientos, que de respeto a Nuestra Santa Religión, fidelidad al Monarca desgraciado, y amor a la Patria. Las prestantes circunstancias no pueden ser más delicadas. Jamás se ha visto la Nación en crisis más memorable, ni sembrada de mayores peligros. El usurpador de las coronas (Napoleón Bonaparte), el monstruo de Europa, el hombre mas sanguinario que ha conocido la tierra, cuando no puede con la fuerza de sus armas victoriosas, ocurre a la seducción, al engaño, a la perfidia para conquistar espíritus débiles, y extender su imperio no solo en Europa, sino fuera de ella…Este Cabildo no desespera de la libertad de la Península, porque conoce los esfuerzos de los nobles, valientes y generosos españoles. Pero la ve en riesgo; y esta terrible perspectiva le ha hecho despertar del letargo en que ha yacido este reino en medio de las más violentas convulsiones. A este fin se dirigen sus deliberaciones. Tenga pues, vuestra majestad, la bondad de estimarlos como un brote de nuestra fidelidad, como un testimonio de Nuestro Amor a Fernando VII, como una precaución necesaria para conservarle las posesiones del Nuevo Mundo, si se pierden las del antiguo. Si llega este caso desgraciado, organícese el Gobierno en estos Paises, donde no tiene influjo el plan mortífero del usurpador. Vengan los respetables individuos del Consejo Soberano, vengan los ilustres españoles, que hayan acreditado su fidelidad en esta época sembrada de sangre, y de todo genero de calamidades, vengan que los recibiremos con los brazos abiertos, y nos reuniremos todos, proponiéndonos por único objeto la pureza de nuestra Santa Religión, y la felicidad de la Patria, que hemos de conservar a sangre y fuego para el inmortal Fernando VII”, documento suscrito por Joaquín de Caicedo y Cuero el 28 de julio de 1810.
El documento en referencia, es decir “Testimonio del Acta de Cali”, no fue acogido por la Academia de Historia del Valle del Cauca, por cuanto, “Consideramos que es un valioso documento pero de ninguna manera aflora en él, el espíritu de emancipación que ánimo al Cabildo de esta ciudad”, según expresa el comunicado de 19 de junio de 1989, suscrito por el presidente de la Academia Vallecaucana de Historia, Miguel Camacho Perea, al académico Emiliano Díaz del Castillo Zarama.
Todo un absurdo planteamiento de acuerdo a la documentación que hemos presentado respecto al monarquismo indiscutible del Cabildo de Cali, particularmente el de don Joaquín de Caicedo y Cuero. El Acta del 3 de julio de 1810, estuvo en verdad pérdida, o tal vez escondida para que la gente no pueda enterarse del verdadero texto que ella encierra. El historiador José Tomás Uribe la recuperó y dio a conocer el 17 de junio de 2009, y en tal razón podemos confirmar que todo cuanto dijo en su oportunidad Díaz del Castillo estaba en lo cierto. 
Algunos apartes del Acta del 3 de julio de 1810 dicen lo siguiente: Que la instalación del Consejo de Regencia, en medio de esas circunstancias tan tristes, fue obra más bien de esas desgracias en que fluctuaba la nación, sin cabeza que la gobernase, que de las leyes fundamentales del Reino, que tuvo presentes el mismo Consejo de Regencia, y que se han examinado con el más maduro acuerdo y detenida deliberación en este día por los señores que compusieron el presente congreso, no menos que las convincentes reflexiones y fundamentos legales que, encendidos del amor de nuestra sagrada religión de nuestro amado Fernando Séptimo y de la Patria, expusieron por escrito los señores síndico personero de la Ciudad y teniente de gobernador que preside este acto, cuyas expresiones se agregarán al presente acuerdo para que con fundamentos lo sean de la deliberación que se ha tomado de conformidad y unánime consentimiento de todos los señores vocales, quienes inflamados del celo más ardiente por la Religión, el Rey y la Patria, han creído deber adoptar en todas sus partes el concepto expresado por dicho señor teniente en la arenga que pronunció y que dio principio a esta solemne acta.
Y en consecuencia de todo, puestos de rodillas los señores que asistieron al presente Congreso, delante la imagen de Nuestro Señor Jesucristo crucificado, juraron por él, la Santa Cruz, y sobre los Sagrados Evangelios, de prestar obediencia y homenaje de fidelidad al Consejo de Regencia, en representación del Señor don Fernando Séptimo, en los términos y bajo las circunstancias acordadas en la presente Acta, que firman Sus Señorías por ante mi el presente escribano al que doy fe”.
La documentación ampliamente monarquista de Joaquín de Caicedo y Cuero, se complementa con las cartas que tuvo a bien hacer llegar a Pasto a su pariente don Tomas de Santacruz, cuando vino comandando las tropas de las ciudades confederadas del Valle del Cauca, tras las 800 libras de oro que un principio habían sido enviadas por Miguel Tacom desde Popayán, de las cuales solo llegaron a Pasto un poco mas de la mitad, es decir 413, las que fueron escondidas dentro de las tapias del templo de Santo Domingo, hoy Cristo Rey.
El 13 de septiembre de 1811, Caicedo y Cuero dice a Tomas de Santacruz: “Yo se que Usted y todo su honroso vecindario han tomado las armas engañadas por la mas vil de la calumnia, de que nosotros obramos contra la religión y el Rey…Se que nos marca con la infame señal de insurgentes y revolucionarios, cuando hacemos alarde de ser fieles vasallos de Fernando VII y de venerar la Santa Religión que profesamos…”
En la retractación que hizo ante Fray Vicente Rivera del Orden de los predicadores, ratificó su juramento de fidelidad al rey, sellando con su sangre y el deseo de morir en el seno de Nuestra Santa Ley, y obedeciendo a la Santa Madre Iglesia, para lo cual pidió perdón por sus pecados..”