REVIVE EL
PARAMILITARISMO Y SAMANIEGO PARECE SER UNA ZONA APETECIDA POR ELLOS
Esta historia parece alucinante. Cualquiera creerá que es ficción. Pero
así es la vida. Los hechos de estas dos últimas semanas me empujaron a
escribirla. Todo el mundo la conoce pero el asunto y el dilema es cómo
interpretarla. Colombia definitivamente para quien no la vive y sufre, es muy
difícil de entender. Y para los mismos colombianos, a veces, también.
Breves antecedentes inmediatos
Para el 17 de marzo se anunció un paro nacional. No lo hubo. Todo estuvo
tranquilo. El gobierno salió a felicitar a los organizadores. Ese día también
se conoció el fallo de la CIJ de La Haya contra Colombia. No trascendió mucho
porque todos los partidos políticos respaldaron la decisión de retirarse de esa
Corte. Hasta el Centro Democrático se adhirió dado que Uribe también está
comprometido con ese fracaso.
Después llegó el 23, la fecha anunciada para la firma de los acuerdos de
La Habana. Ya el gobierno había informado días antes su imposibilidad. Ese
incumplimiento fue minimizado por el respaldo del gobierno estadounidense que
fue protocolizado en la reunión del Secretario de Estado John Kerry con la
delegación de las FARC en Cuba. Sin embargo, los negociadores de ambos bandos
reconocieron que había “diferencias de fondo” sobre temas cruciales como las
zonas de concentración y los procedimientos para la desmovilización y dejación
de armas.
Poco después, se anunció el inicio de las negociaciones con el ELN. Fue
un respiro para el gobierno colombiano. El panorama de la paz marcha hacia
adelante con los problemas propios de un proceso complejo. Las denuncias de
asesinatos y amenazas de dirigentes sociales y defensores de DD.HH. enturbiaron
el ambiente. El gobierno se comprometió a realizar las investigaciones
exhaustivas.
Pocos daban un peso por las marchas de Uribe del 2 de abril. Lo que
nadie imaginó es que una banda criminal que se creía debilitada pudiera, desde
el 29 de marzo, impactar a la población de más de 36 municipios de 8
departamentos con un “paro armado” que paralizó carreteras y comercios durante
tres días y dejó un saldo de 5 policías y un militar asesinados, así como
numerosos heridos y vehículos incendiados. Eso no estaba en las cuentas de nadie.
Finalmente, las marchas uribistas no fueron tan masivas pero tampoco un
fracaso. Vuelve y juega un “nuevo pulso”. Hay desconcierto y miedo.
Preguntas lógicas
A pesar de todo lo que hemos vivido en Colombia… ¿por qué una parte de
nuestro pueblo le cree y sigue a Uribe? ¿Solo es manipulación? ¿Todos ellos son
ignorantes? ¿Son todos comprados? ¿Son tan pocos que no nos deben preocupar?
¿Los 7 millones que votaron por su candidato en 2014 ya no existen?
Si no entendemos la naturaleza del contradictor o adversario, si
cerramos los ojos, si negamos la realidad, si no hacemos un serio esfuerzo de
análisis, estaremos preparando nuestra propia derrota. Insultar a esa parte del
pueblo no los va a hacer reflexionar ni desaparecer.
¿La alianza con Santos en torno a la paz –como se viene haciendo–, es la
línea correcta? ¿Ha fortalecido a los demócratas y a la izquierda? ¿Hemos
crecido y avanzado? Si el paramilitarismo redivivo logró paralizar una
importante región del país en las narices de un gobierno comprometido con la
paz ¿no será que algo está mal? ¿No se nos estará pasando algún detalle? ¿Cómo
avizoramos el futuro? ¿Qué se debe corregir de nuestro accionar?
El desconcierto y lo inconcebible
Lo que noto en general es un total desconcierto entre los demócratas y
la izquierda. Las ‘Autodefensas Gaitanistas’, ‘Urabeños’ o ‘Clan Úsuga’ se
mueven en zonas donde las AUC tuvieron el control en el pasado. Parece que
nunca desmontaron su poder. Lo más seguro es que tienen una red política de
respaldo como la de “Kiko” Gómez en La Guajira. No hay que olvidar que, por
ejemplo, “Otoniel” fue militante del EPL, de allí pasó a las FARC, después a
las AUC, y luego formó su propia banda.
El fenómeno de las Bacrim (paramilitares en hibernación durante varios
años que hoy hacen su reaparición para reforzar la posición de Uribe) muestra
la precariedad de un Estado débil, que ha seguido en manos de mafias regionales
que se alimentan de todo tipo de economías legales e ilegales (una burguesía
emergente en plena formación y fortalecimiento). Es el escenario ideal para la
presencia de las poderosas transnacionales que hacen su agosto en nuestro país,
tanto en “paz” como en guerra.
Eso lo sabíamos. Pero, la izquierda ha sido contemporizadora con el
gobierno en cuanto a permitir que el “uribismo” siga dentro del gobierno,
ejército, administración pública nacional, regional y local (Cambio Radical
apoyó a la candidata de Kiko Gómez en La Guajira y en otros departamentos y
municipios), y que presione desde adentro y desde afuera. La izquierda, a la
cola de Santos le deja el campo de la oposición a Uribe. ¡Es inconcebible!
Entonces terminamos pidiéndole al gobierno que nos garantice la
seguridad y nos proteja. ¿Cómo lo va a hacer? Ahora, cuando el “proceso de paz”
entra –de hecho– en una fase de inercia, por un lado, para empatar con las
negociaciones del ELN (que supuestamente va a realizar la “constituyente de
hecho”, la “convención” dentro de la negociación con base en una participación
comunitaria); y, por otro, para esperar a que el gobierno dizque desmantele el
“nuevo” paramilitarismo.
Con lo ocurrido Uribe intenta posicionarse para negociar su impunidad y
ahora sí subirse –por la puerta grande– al “proceso de paz”. Él lo venía
intentando cuando estuvo en su momento de mayor “fortaleza” (cuando la muerte
de los soldados en Suárez-Cauca), incluso hubo acercamientos con el gobierno
pero Santos creyó que estaba más débil de lo que se creía. Santos –y creo que
todos– pensábamos que el respaldo gringo era suficiente y que Uribe iba a
negociar con un perfil bajo. Creo que nos equivocamos.
Sus palabras para justificar lo
del Clan Úsuga lo dicen todo: “El paro armado se veía venir por la política de
impunidad que el gobierno les ha ofrecido a las FARC”.
Es indudable que el chico se alargó. Las FARC quieren tres tipos de zonas:
“campamentos” donde ellos mantienen sus armas en depósito (bajo supervisión
internacional); zonas de transición donde ellos puedan empezar a hacer política
con sus bases sociales con una seguridad privada o miliciana, y los “Terrepaz”
en formación, que serían áreas mucho más amplias con seguridad del Estado.
Ayer la “paz” con los “paras” sin las guerrillas, no sirvió realmente
para mucho. Hoy la “paz” con las guerrillas sin Uribe y sin las “Bacrim-paras”,
no irá a ningún lado.
Aspectos estructurales a tener en cuenta
Existen en Colombia unas ventajas comparativas que en forma paradójica
nos convierten en un país problema. Somos un país en desarrollo, la 3a economía
de América Latina, pero con un Estado fallido.
Tenemos todas las condiciones para que existan conflictos bélicos
endémicos paralelos y diversos:
1. Ubicación
estratégica: 2 océanos, mar caribe, próxima al canal de Panamá, en el centro de
América Latina, al lado de la más grande reserva mundial de petróleo
(Venezuela).
2. Geografía diversa y
complicada: montañosa, quebrada, boscosa, selvática, 3 cordilleras, Orinoquía y
Amazonía como territorios de gran riqueza natural y enorme biodiversidad.
3. Intereses
estratégicos transnacionales de marca mayor.
4. Inmensos recursos
naturales: páramos y fuentes de agua, petróleo, oro, carbón, coltán, tierras
laborables, biodiversidad.
5. Fuerza de trabajo
laboriosa y barata (profesional, técnica, operativa).
6. Un mercado
comercial y turístico en desarrollo.
7. Economías ilegales
en crecimiento: narcotráfico, contrabando, minería ilegal, tráfico de armas y
de personas, y otras.
8. Escaso control
territorial del Estado, aparato de justicia en crisis, alta corrupción
política-administrativa.
9. Permanentes
conflictos étnicos y territoriales.
10.Cultura
delincuencial y presencia de grupos armados ilegales.
11.Nuevas fuerzas
económicas y sociales emergentes.
12.Enorme desigualdad
social y económica, pobreza, desempleo.
13.Crisis de
representación política y débil organización social.
El deseo mimético, la paradoja y el “mal”
Empiezo por el “mal”. En los análisis literarios del “mal” no se parte
de conceptos morales. Personas bien intencionadas, “normales”, se ven
enfrascadas en “situaciones maléficas”, no porque ellos lo quieran sino porque
la vida los va llevando de una forma fatal. Esas son las verdaderas tragedias
que nos cuentan los mejores escritores desde que existe la literatura. Y no
surgen de su imaginación sino de la realidad. Es el “sumun” del drama humano
descrito por verdaderos genios.
Así estamos en Colombia. Los actores principales de nuestra tragedia
hacen lo que tienen hacer. Uribe, explota los miedos de la gente; las FARC,
posan de triunfalistas con los diálogos de paz; Santos, cede en lo que tiene
que ceder –que tampoco es mucho–, pero que debe presentar como “lo máximo” para
obtener apoyo y, la izquierda-progresista casada con la bandera de la paz va a
la cola de ellos. Pero no se respira un clima de paz. Por el contrario, los
espíritus se crispan, la polarización se agudiza, y la paz se diluye.
Ahora entra en juego la paradoja. Todos quieren la paz pero ninguno
puede ceder en sus posiciones. Uribe sabe que Santos lo traicionó como persona,
no como clase social. Perdió el poder del gobierno porque se lo cedió a Santos.
Él sabe que políticamente las FARC no son su enemigo principal pero entiende
que tiene que hacer crecer artificialmente el “poder” de la insurgencia para
atemorizar a la gente con la “amenaza castro-chavista”. Así debilita al
“santismo” que aspira a gestionar el post-conflicto.
En ese juego Uribe utiliza el escepticismo, la incredulidad y los miedos
que generó y acumuló la guerrilla en la fase de la guerra en donde se dejó
degradar por su verdadero enemigo: la oligarquía imperial, que va más allá de
Uribe. Los ataques indiscriminados a los pueblos, el secuestro, el tratamiento
inhumano a los retenidos, las pescas milagrosas, la extorsión, el “cinismo
revolucionario”, el desplazamiento forzado, el pragmatismo frente a las
economías ilegales (narcotráfico, minería ilegal, los acuerdos temporales con
terratenientes dóciles, alianzas no declaradas con grupos delincuenciales), la
destrucción terrorista de la infraestructura (carreteras, torres de energía,
etc.), todo eso es cobrado ahora.
La paradoja es que la insurgencia no puede salirse de la trampa
simbólica de Uribe. No pueden reconocer su auto-derrota ética que no fue total
pero sí circunstancial y parcial. No pueden negar que muchos delincuentes se
infiltraron en sus filas. No pueden ocultar que por el afán de crecer y ensanchar
sus áreas de operación, las economías ilegales lograron descomponer una parte
de sus filas. Tampoco pueden reconocer su parcial derrota política, porque
creen que eso los debilitaría ante su gente. Y entonces, sólo les queda lo
militar que es su fuerte pero es el que más atemoriza.
La paradoja consiste en que entre más fuertes se presenten las FARC,
entre más triunfalistas se muestren ante el pueblo, entre más “poder” logren en
las negociaciones, así no sea real, sus enemigos convierten esa “fuerza” en
demostraciones de soberbia, prepotencia, cinismo y amenaza. La paradoja es que
entre más poderosos se muestren frente a quienes quieren salvar de la
injusticia social y de la anti-democracia de la oligarquía y del sometimiento
imperial, más miedo y resistencia generan. Y claro, los medios de comunicación
engrandecen mediáticamente ese temor.
Y esa paradoja surge del “deseo mimético”. La naturaleza de las FARC que
en sus inicios era de “resistencia” campesina e indígena que se inspiraba en el
espíritu suntzuniano de Marulanda, mutó a partir de 1982-83 en el alma
clausewiana de Jacobo Arenas, para quien la conquista del poder político
con base en la destrucción de las fuerzas militares y económicas del enemigo,
era lo sustancial. De una guerra sostenida principalmente por las bases
sociales de las FARC se pasa a una guerra de movimientos que es financiada con
recursos externos.
La lucha por el “poder” en manos de la oligarquía convierte a una
guerrilla campesina en una máquina de guerra que en muchas regiones termina por
ser un “ejército de ocupación”. El deseo mimético de lo que posee el “otro”,
nos convierte en lo que combatimos. La auto-derrota ética que estaba en larva,
se hace real; la mística revolucionaria se convierte en brío militarista y
destructivo. El triunfo militar estaba a la mano pero el camino hacia la
derrota política lo iban pavimentando los mismos guerrilleros. Una supuesta
“ética” en favor de los “pobres” sirve de justificación para el uso de
“cualquier” medio. La falsa combinación de las formas de lucha (que hoy revive
en manos de Uribe) se convierte en la base ideológica de la degradación de la
lucha insurgente. Es parte de la tragedia, es la causa de la paradoja y la
esencia del drama que vivimos los colombianos.
La salida
Sólo un actor social y político no comprometido con las pasiones y
resentimientos heredados puede impulsar una dinámica que rompa con el
“fatalismo”. En la Colombia de hoy, sólo un Movimiento Ciudadano, no alineado
ni preso de la dicotomía izquierda-derecha, que pueda deslindarse tanto de
Santos, Uribe y de la “izquierda tradicional” (armada y desarmada), puede
romper con el “maleficio”, derrotar a las fuerzas que viven de la guerra e
iniciar un camino hacia una paz duradera y estable.
Ese camino ya lo viene pidiendo y mostrando la juventud pero requiere
del esfuerzo, la ayuda, la colaboración y la capacidad de riesgo de quienes son
o representan las reservas democráticas de esta nación: los ciudadanos del
común capaces de dilucidar la trampa de los ideologismos heredados y de no
dejarse asustar por fantasmas.