domingo, 13 de julio de 2014

EL GENERAL QUE ESCRIBÍA Y CASI ACABA CON EL ELN





 



SEMANA.COM Desde la guerra de Corea, en 1950, y el ataque a Marquetalia, en 1964, el general Álvaro Valencia Tovar pasó más de medio siglo ‘al pie del cañón’

Hace unos días murió el militar que mejor encarnaba el conflicto armado colombiano, el que quizá mejor lo ha comprendido y uno de los pocos, si no el único, respetado por igual por sus hombres y por los guerrilleros que combatió toda su vida, con la espada y con la pluma.
El general Valencia Tovar, que llevaba casi 40 años inactivo en filas cuando falleció el pasado domingo 6 en el Hospital Militar de Bogotá, era un militar atípico. Pasó más tiempo retirado que activo. Salió de la comandancia del Ejército, su máximo cargo, en 1975 en medio de unos de los más serios ‘ruidos de sables’ del siglo XX en el país, a raíz de graves diferencias con el presidente Alfonso López Michelsen sobre la operación Anorí, que casi extermina al ELN, y sobre cambios en la cúpula militar. Desde entonces, enseñó, asesoró y escribió más de una docena de libros y centenares de ediciones de su ‘Clepsidra’, la columna que su amigo y compañero de colegio Hernando Santos le dio en El Tiempo.

Desde 1942 –cuando le tocó de subteniente recién salido de la escuela militar proteger del sectarismo bipartidista unos comicios en Pacho, Cundinamarca, de los que su comandante salió descalabrado de una pedrada–, hasta su última columna, hace dos meses, al general Valencia Tovar le tocaron, como protagonista o comentarista, 70 años en los que, como dijo García Márquez “el país de los poetas se nos volvió el más peligroso del mundo”.

El capitán Valencia fue uno de los 111 oficiales del Batallón Colombia que participaron en la guerra de Corea, entre 1950 y 1953, y, a su regreso, dejaron una marca de modernización –y de las doctrinas de la Guerra Fría– en las fuerzas militares. Siempre se refirió con orgullo a esa experiencia, sobre la que escribió tres libros. “La guerra de Corea partió en dos la historia militar de Colombia. Porque aprendimos todo lo moderno que había quedado después de la Segunda Guerra Mundial sobre doctrina, organización, abastecimientos”, le dijo a María Isabel Rueda en 2010.

Luego de un tiempo en Egipto en una fuerza de la ONU, y de comandar la Escuela de Infantería, como coronel y jefe de operaciones del Ejército participó en una acción militar que aún hoy, medio siglo después, sigue siendo polémica: la Operación Marquetalia, en 1964. Unos opinan que ese ataque militar contra 40 labriegos armados (del que escaparon casi todos, entre ellos Tirofijo) precipitó que las autodefensas campesinas se convirtieran en guerrilla y dio origen a las Farc; otros creen que de todas maneras el Partido Comunista ya había definido la “combinación de las formas de lucha”. Unos sostienen que la operación era parte del Plan Laso, con s (Latin American Security Operation) diseñado en Washington; otros, que era el Plan Lazo, con z, concebido por los militares colombianos para ‘enlazar’ de una vez por todas a las “repúblicas independientes” que venía denunciando en discursos incendiarios el senador Álvaro Gómez Hurtado.

“Marquetalia es leída por algunos como el inicio de una gloriosa historia de luchas armadas de carácter revolucionario. Para otros, como un grave error histórico de las elites colombianas que ha ensangrentado al país sin pausa ni tregua desde hace ya cuatro décadas. El debate y la herida siguen abiertos”. Estas palabras del académico Eduardo Pizarro son tan vigentes hoy como cuando las escribió, en 2004.

Dos años después, el 15 de febrero de 1966, al coronel Valencia, comandante de la V Brigada en Bucaramanga, le pasó algo que lo acompañó por el resto de su vida. En una operación contra el recién fundado ELN, en Patio Cemento, en San Vicente de Chucurí, Santander, los militares dieron de baja a cuatro guerrilleros. Cuando le dijeron que uno de ellos llevaba cartas en otro idioma y una pipa con un anillo de plata en la boquilla, le entró una terrible sospecha. Él mismo viajó a identificarlo. Era su amigo de infancia, Camilo Torres Restrepo, el cura que había dejado la sotana para entrar a la guerrilla.

Valencia, Camilo y Hernando Santos habían estudiado juntos en el colegio Antonio Nariño en Bogotá. Cuando Valencia tenía cuatro años el papá de Camilo, que era pediatra, le salvó la vida. Él mismo relató las largas conversaciones que tenían como adolescentes sobre la situación del país y cómo, mientras él avanzaba en su carrera militar, su amigo cura se fue radicalizando hasta convertirse en parte esencial del mito fundacional del ELN. “Un aporte electrizante y sumiso a la revolución”, lo calificaría el general en un libro.

Ordenó enterrarlo por separado (en ese tiempo los militares procedían así en combate) e hizo levantar un mapa con la ubicación de la tumba. Dos años después, contra todo protocolo, trasladó los restos y los sepultó en el mausoleo militar de la brigada en la capital de Santander. Y los conservó hasta que, en 2002, el hermano de Camilo vino de Estados Unidos y se los entregó. Guardó la historia en secreto hasta que este falleció y, en 2007, se la contó a SEMANA y a  El Tiempo. Hasta hoy, nadie sabe donde reposan esos restos.

“Nunca denigré de Camilo, ni acepté decirle bandolero. Siempre me referí a los guerrilleros con respeto”, dijo entonces. Eran otros tiempos y otras guerrillas, aún intocadas por el narcotráfico y la degradación de la guerra, pero esta frase da una medida de la estirpe militar de Valencia Tovar, en la que el enemigo era el enemigo y prácticas como los ‘falsos positivos’ o el paramilitarismo eran inadmisibles.

Por algo, años después, ya retirado, un hombre le entregó una edición artesanal de su libro El ser guerrero del Libertador. Se veía que estaba hecha en las condiciones más primitivas y traía una dedicatoria. Decía que el libro era lectura obligada de los guerrilleros de las Farc. Y la firmaba Jacobo Arenas, el ideólogo del grupo. Pablo Catatumbo, comandante de las Farc, le dijo el año pasado al periodista Jorge Enrique Botero de las2orillas.co que fue Valencia Tovar el que despertó en él y en Arenas la pasión por Bolívar y que las Farc editaron de nuevo su libro hace poco.

Valencia pasó un tiempo en Washington, en la Junta Interamericana de Defensa, y luego al frente de la Escuela de Cadetes y la Escuela Superior de Guerra. El 8 de octubre de 1971 el ELN le hizo un atentado, en venganza por la muerte de Camilo Torres, en el que casi pierde la vida pues recibió dos disparos.

En 1973 participó en la célebre operación Anorí, que casi extermina al ELN y que condujo a la caída de sus jefes, los hermanos Vázquez Castaño. Poco después fue nombrado comandante del Ejército, cargo que ocupó menos de un año, entre 1974 y 1975, en el incipiente gobierno de López Michelsen. Su salida fue traumática. Él y otros militares querían dar continuidad a la operación Anorí y acabar por completo al ELN; el presidente ordenó frenarla. Se precipitó una crisis que culminó con la oposición de Valencia Tovar a un decreto presidencial de movimientos en la cúpula y con su forzado retiro, junto con otros altos oficiales.

En 1978, después de un intento en la política como candidato presidencial por el Movimiento de Renovación Nacional, se dedicó a la columna que su antiguo compañero de colegio, Hernando Santos, le había dado en El Tiempo, a escribir, a enseñar en cursos militares y a dar asesorías a algunos gobiernos en temas de guerra y negociación. La historia fue un tema central de sus libros, fue miembro de la Academia y enseñó historia contemporánea. Escribió sobre sus adversarios guerrilleros, sobre los presidentes que conoció, sobre la historia militar de Colombia, sobre Bolívar y hasta una novela y un libro de cuentos para niños,  Engancha tu carreta a una estrella, que su nieto Álvaro José recuerda, en un emotivo blog, ‘Mi abuelo el general’, que le leía cuando era pequeño.

Así vivió casi 40 años, retirado e intelectual. Fueron los años de la llegada del narcotráfico y el paramilitarismo, del empeoramiento y la degradación del conflicto, y de intentos reiterados y frustrados de negociación con las guerrillas que el general vivió como observador y comentarista y, en ocasiones, dando consejos al gobierno de turno. Su larga vida militar empezó 20 años antes del surgimiento de las guerrillas y no le alcanzó para ver el fin del conflicto armado. El último intento de negociación que le tocó, con más de 90 años de edad, es el que está hoy en curso en La Habana con las Farc. A diferencia de muchos de sus colegas activos y retirados, lo apoyó: “Es el primer proceso de paz donde el que pone las condiciones es el presidente y no los guerrilleros”, dijo en una entrevista a AFP, publicada en El Espectador. La vida no le alcanzó para saber cómo va a terminar.


CLAVE 1973 OPERACION ANORI
De los 9 hijos de la familia Vásquez Castaño nacidos todos en Calarcá (Quindío) , cuatro no resistieron la tentación guerrillera, que en los sesenta se tomó el alma de los jóvenes del mundo, emocionados por las luchas de liberación que con éxito sostuvieron Fidel y El Che , en Cuba; Mao en China y Ho Chi Min en el Vietnam. Fabio, Jairo, Manuel y Antonio se dejaron seducir por los cantos de sirena de la lucha revolucionaria.
Los Vásquez no solo fundaron el ELN, sino que se constituyeron en una temida dinastía durante la cual sus más importantes líderes universitarios fueron fusilados por traidores , luego de breves juicios revolucionarios.
Fabio, el mayor de los cuatro, fue encargado de hacer germinar aquella semilla, que a raíz de la huelga de Ecopetrol de 1962 se prendió en el espíritu de dirigentes sindicalistas de Santander. En 1963 viajó a Cuba a formarse como guerrillero y se responsabilizó de importar a Colombia el germen del castrismo .
En 1965 Manuel abandonó sus cuatro semestres de derecho en la Libre, y Antonio sus estudios técnicos en radio, para alistarse ambos en las filas de la subversión.
Jairo, el menor de los cuatro, frenó a tiempo y desertó de la guerrilla.
Como consecuencia de la presión que en 1972 ejercía, desde Santander, el Coronel Rincón Quiñones, comandante de la V Brigada, la mitad de los 11 grupos que componían el ELN unos cien hombres buscaron refugio en el noreste antioqueño.
En enero de 1973, los elenos iniciaron allí su labor de adoctrinamiento. Crearon así un foco en la zona rural que se extiende entre los municipios de Amalfi y Anorí. Primero, censaron la población y luego catequizaron a los campesinos sobre la urgencia de derrocar al Gobierno.
En abril, iniciaron la fase militar. Uno a uno fueron llegando los guerrilleros a la zona y en pocas semanas ejercían control armado sobre El Banco, Tenche, Santiago y Santa Inés. Reclutaron un grupo de campesinos para reforzar la guerrilla y organizaron sus redes de abastecimiento.
Sus huellas empezaron a ser notorias el 25 de julio, cuando las reiteradas amenazas de realizar la toma de Anorí llegaron a oídos de la inteligencia militar.
Dos coroneles, uno de Caballería, Alvaro Riveros Abella a quien sus subalternos lo llaman Cara de Piedra, comandante de la IV Brigada, y el otro de Artillería, Calixto Cascante, su Jefe de Estado Mayor, echan a rodar la operación de búsqueda del foco guerrillero, el martes 7 de agosto.
A la movilidad de la guerrilla, se le opone la agilidad refleja de la contraguerrilla. Durante los siguientes 42 días, en un virtual juego del gato y el ratón , los subversivos hacen contacto armado y de subito se esfuman. Caen en una emboscada y se logran evadir. Aparecen y desaparecen. Con el paso de los días, los militares controlan todos los puntos críticos y van arrinconando a la guerrilla en la boca de la trampa.
En las puertas del desenlace las muchachas universitarias que corrían la aventura guerrillera se entregan exhaustas. Los auxiliadores campesinos les voltean la espalda. Las bajas son diarias. Los guerrilleros recién reclutados desertan. Los encargados del adoctrinamiento desaparecen. El seis de septiembre es detenido al cura Zabala, uno de los cabecillas de la frustrada toma de Anorí.
El día del juicio final la columna subversiva penetra en la finca El Infierno para intentar el cruce de las torrentosas aguas del río Porce e internarse en la espesa selva que se alza en la otra orilla. Sobre el mediodía los subversivos son detectados. El combate dura 40 minutos.
Esa tarde, la dinastía Vásquez se derrumbó estruendosamente poniendo fin a 11 años de lucha guerrillera. Otros 33 guerrilleros también murieron incluyendo 5 mujeres y 30 cayeron capturados.
Ahora, los cadáveres de Manuel y Antonio están expuestos en el campo de fútbol de la Cuarta Brigada de Medellín para su reconocimiento legal, a tiempo que Fabio huye de regreso a Cuba, desprestigiado y amenazado por sus propios hombres que le han prometido la misma medicina que durante la última década les aplicó: el tribunal revolucionario.
Estos colombianos rebeldes no aprendieron la lección. Diecisiete años más tarde continuarán tan intransigentes y radicales como en 1973, pero eso sí tremendamente impopulares, porque las guerras de liberación lucen tan out como usar gomina o como fugarse del hogar para convertirse en hippie 


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