Secuestran un general
del Ejército en Chocó
La historia de esta crisis comenzó el domingo 16 de
noviembre, cuando el general Rubén Darío Alzate Mora llamó al Batallón de
Infantería Manosalva para que le alistaran una lancha. Iba acompañado de la
abogada Gloria Alcira Urrego Pava, la mano derecha del oficial en proyectos que
involucran a la comunidad y del cabo primero Jorge Rodríguez Contreras.
Curiosamente este último no hacía parte de la Fuerza de Tarea Titán que comanda
el general, sino que había sido prestado por el Batallón Manosalva que no está
bajo su dirección.
Cuando esas tres
personas iban en una lancha río arriba por el Atrato pasaron dos cosas. En
primer lugar Alzate les pidió a sus dos acompañantes los teléfonos celulares
con el extraño argumento de que había que evitar que se mojaran. Momentos más
tarde el lanchero manifestó su preocupación de que estaban acercándose a una
zona peligrosa por la presencia guerrillera. El general le hizo caso y dieron
la vuelta. Cuando la lancha estaba devolviéndose ordenó parar en el caserío Las
Mercedes, pueblito de 60 casas a orillas del Atrato, que sobrevive de la pesca
y el cultivo de plátano y achín. El hecho de que hubieran dado la vuelta
parecería indicar que su destino inicial era otro.
Al llegar al caserío su presencia no pasó inadvertida.
“Parecía un gringo que llegó a reunirse con una gente que lo estaba esperando
al lado de la iglesia”, dice un joven que estaba a esa hora en la orilla. A
partir de ese momento la historia tuvo dos versiones. La primera es la que
cuentan algunos habitantes de Las Mercedes. Ellos aseguran que el general
Alzate saludó cordialmente a tres hombres que lo esperaban sentados bajo un
árbol que sombrea las escalinatas de la parroquia. “Hablaron unos minutos.
Luego, el general y sus acompañantes se montaron con esos tipos en una panga y
se fueron río abajo”.
Pero el soldado que condujo la lancha del general dice haber
visto otra cosa. Según se lo contó a sus superiores, cuando desembarcaron en
Las Mercedes, Alzate y sus acompañantes fueron sorprendidos “por hombres de
civil armados con fusiles que los retienen”. Según el ministro de Defensa, Juan
Carlos Pinzón, cuando el soldado de la lancha se percató de lo que pasaba, se
dio vuelta, prendió el motor y se fue rumbo a Quibdó, adonde llegó agitado a
contar lo que había sucedido. La contradicción entre las dos versiones ha
creado cierto desconcierto.
Las extrañas
circunstancias en las que se dio el secuestro dejaron varios interrogantes que
suscitaron una gran variedad de teorías a lo largo de la semana. Estas iban
desde una conspiración de un sector de la ultraderecha para torpedear el
proceso hasta el más mundano lío de faldas. La realidad, sin embargo, parece
ser tan simple como absurda y todo indica que se trató de una imprudencia
inexplicable de grandes proporciones por parte de Alzate, quien pasará a la
historia por haber sido el primer y único general en 50 años de conflicto
armado en ser secuestrado por la guerrilla.
¿Crisis superada?
No obstante, por esas paradojas que encierra la dialéctica de
la guerra y la paz, el secuestro de Alzate puede considerarse, al mismo tiempo,
una crisis del proceso de paz y el episodio que le ha dado oxígeno al mismo.
Tanto el gobierno como las Farc demostraron capacidad política para darle un
manejo adecuado a un hecho desafortunado, que si bien tiene una connotación
explosiva se resolvió por los canales de la política y no de la guerra.
El presidente Juan Manuel Santos actuó con prudencia pero fue
vehemente. No amenazó con tirar el proceso por la borda, pero sí suspendió el
viaje de sus delegados a Cuba, hasta que no fueran liberados los secuestrados.
Esa combinación de moderación y firmeza fue bien recibida no solo por la
opinión pública sino por las Farc, que respondieron en forma constructiva
dejando claro que su prioridad era salvar el proceso.
Una de las reglas del
juego pactadas para las conversaciones de La Habana es que nada de lo que
ocurra fuera de la Mesa debería afectar la agenda del diálogo. Sin embargo,
para Santos era imposible desde todo punto de vista reanudar las conversaciones
sin resolver este episodio. Con esta decisión, les mandó a los militares un
mensaje de respaldo institucional y a las Farc les marcó una línea roja sobre
lo que es tolerable o no en términos de la confrontación. El episodio sirvió
para que el gobierno y las Farc demostraran que hay madurez en la Mesa de
diálogo y que los mecanismos creados para resolver eventuales crisis, como la
presencia de garantes de Cuba y Noruega, no son decorativos sino que funcionan
en este tipo de impasses, que no son raros en medio de las negociaciones.
Las Farc salen fortalecidas de este hecho “extraordinario”
como lo calificó Pablo Catatumbo en rueda de prensa el lunes pasado. Por
primera vez en los últimos 20 años, esta guerrilla sacó a relucir su talante
político, y subordinó la ventaja militar que podrían obtener de este secuestro.
Que la política haya gobernado este episodio y haya sido su derrotero es un
buen síntoma. Si bien a esa organización no le faltaba razón al argumentar que
negociar sin cese de hostilidades ha sido una condición impuesta por el
gobierno, y que el general es un enemigo capturado ejerciendo sus funciones
dentro del teatro de operaciones, tuvieron la sensatez de apostarle a la liberación
rápida y sin condiciones.
De paso, demostraron
que aunque la delegación de La Habana no parece tener una fluida ni permanente
comunicación con sus bloques y frentes en Colombia, sí tiene cohesión como
organización y tiene jerarquía sobre sus combatientes. Tanto el comunicado que
sacó el Bloque Iván Ríos, como el desarrollo de la entrega del general,
demostraron que los guerrilleros están subordinados al Secretariado, cuatro de
cuyos integrantes se encuentran en La Habana.
Este episodio también resultó dándole oxígeno a un proceso de
paz que se ha desarrollado de manera lenta y sin sobresaltos. Aunque las
conversaciones van bien en Cuba, las mayores dificultades han sido el
escepticismo y la indiferencia que suscita entre los colombianos.
El secuestro pasó de
ser un desafío a la opinión a convertirse en un gesto de voluntad de paz de las
Farc que los colombianos estaban esperando hace dos años desde que se iniciaron
las negociaciones. Por supuesto ningún gesto de la guerrilla convencerá a los
radicales que repudian la solución negociada del conflicto. Pero sin duda, acerca
a los escépticos y lima un poco la desconfianza profunda y natural que los
colombianos tienen en los insurgentes.
Si bien este episodio del general seguramente tendrá un buen
desenlace que disminuirá un poco el escepticismo de los colombianos, eso no significa
que el acuerdo está a la vuelta de la esquina. Los puntos más álgidos de la
agenda están aún pendientes y el camino que falta por recorrer está lleno de
espinas. Peor si algo quedó claro en el episodio de la semana pasada, es que
tanto el gobierno como las Farc están auténticamente interesados en que llegue
a buen puerto el proceso de paz. Por eso el gran misterio no es tanto si van a
continuar los diálogos de La Habana, sino qué hacía un general de la República
vestido de bermudas, sin escolta, en una zona llena de guerrilleros.